La rubia del bar

Hoy, como ayer, tenía intención de darme el primer baño en la costa portuguesa. Ayer en Caparica, hoy habría sido en Nazaré.
Pero el viento y el casi frío que hacía me han quitado las ganas. De nuevo reculo y me voy a desayunar con mi toalla y mi bañador…

La idea de hoy era moto, moto y más moto. No importa. Es más, lo agradezco.
Me separaban alrededor de 250 Kms. de Estremoz. Alguien me recomendó visitarlo junto con Reguengos de Monsaraz y Portel. También Mértola, aunque creo que lo dejaré para mejor ocasión.
Así que nos dirigimos nuevamente hacia el este y, por tanto, al interior del país, o lo que es lo mismo, el Alentejo. Tierra de buen «porco» y buen vino. El que he probado es un vino joven del año pasado que es una maravilla. Me recordaba un poco a los últimos vinos de Madrid que he probado.

Tenía intención de visitar una de las decenas de bodegas que hay por la zona, pero no me han dejado sin tener cita previa. Vamos, como el médico, solo que aquí de urgencias no te atienden.

Las indicaciones en las carreteras de Portugal, a veces, brillan por su ausencia. Lo cierto es que, quizá, estemos mal acostumbrados con tanta indicación para llegar a un determinado lugar. En ocasiones esto también confunde. Así que he de parar cada poco para asegurarme de seguir el camino correcto.
El truco aquí es seguir recto siempre, a no ser que se indique lo contrario. Puede ocurrir que llegues a una glorieta sin la indicación del lugar donde te dirijes, cuando en la anterior sí lo estaba.
No me considero torpe en este sentido pero aquí, a veces, parecía que estaba confundido. Aunque luego estaba en el camino correcto.

El camino por carretera nacional hasta Santarém ha sido genial. Hoy quería evitar a toda costa cualquier vía de dos carriles o más. Una paradita a comer (hoy sí) en Coruche. El restaurante, también recomendable, se llama Ponte da Coroa. Situado tras cruzar el segundo puente camino de Estremoz por la N-114.

Cerquita de España.

Cruzar la Serra d’Ossa desde Estremoz hasta Redondo ha sido una pasada. Y el tramo de Reguengos hasta Portel igual. En general, los casi 400 Kms. de hoy han sido de puro disfrute con carreteras sin tráfico y buen asfalto en la mayoría de los casos.

Estremoz mola.

Y llegamos a Reguengos de Monsaraz. Y necesitaba un refrigerio…

Pero resulta que en Reguengos no hay nada. Lo bueno está en Monsaraz (sin Reguengos), así que 17 Kms. más para llegar.

Las vistas desde el castillo son impresionantes.
La albufeira do Alqueva.

Y en Portel, nos encontramos con el castillo cerrado.

Y en Portel dormiremos en la hospedería «O Castelo». Barata, limpia y amplia habitación.

Y en Portel cené un gaspacho alentejano (me encanta) y un pulpo que no sé si esta frito, cocido y frito o solo cocido, pero que está de muerte, con unos paisanos viendo la versión portuguesa de «Quién quiere ser millonario».
Les comento que el vino de la zona no se conoce en España. Un abuelete me dice que es cosa de política. Otro paisano me cuenta lo mismo hablando de toros. Que antes no entraban toros de España, ahora sí.
Les pregunto por la perspectiva que tienen de los españoles. Me dicen que ahora buena, pero que antiguamente no tanto… La mía es que, a determinada gente, no le gustamos.
Dondequiera que esté siempre intento dejar una buena imagen como español y como motorista. La razón es sencilla. Si yo me muestro educado y afable, ellos también lo harán y así, del que venga detrás, tendrán una buena imagen.
Por cierto, aunque habrá gente a la que no le interese el tema, ahora están echando una corrida de rejones y el toro tiene los cuernos completamente cortados y enfundados para no herir al caballo. Pero además es que ni en corridas a pie ni a caballo matan al animal. En Portugal está prohibido. Seré un ignorante, pero no tenía ni idea.
La verdad es que he pasado un rato superagradable entre estos paisanos de Portel.

Esta será la última noche que pase en Portugal, así que mañana será mi último día aquí y cruzaremos la frontera (que poco me gusta esta palabra) con
España, aunque aún no sé por donde.

A estas alturas reconozco ciertas miradas en determinadas mujeres.
El desayuno de hoy podía haber sido divertido. Pero he preferido la tranquilidad que proporciona un buen café y una tostada sin compañía.

No había sitio, pero la camarera me indicaba que podía sentarme, primero, con un señor que estaba ocupando una de las mesas de la terraza o, segundo, y si lo prefería, podía sentarme con la señorita de esta otra mesa en el interior del local.
Al mirarla clava su mirada en mis ojos mientras se zampa un bollo. Me brinda una sonrisa de oreja a oreja mientras un brillante en uno de sus dientes casi me ciega.
Hasta en dos ocasiones ha ocurrido lo mismo. Camarera que me invita a sentarme en la mesa de la rubia. La rubia con gesto de decirme venga, ven y siéntate…
Pero hoy, a mí, sólo me apetecía tomarme mi café y mi tostada y escribir algunas anotaciones sobre el viaje, como suelo hacer cada mañana.
La cara de la rubia cambió completamente ante mi negativa. Su cara de este yogurín (jajaja) es para mí la recordaré por largo tiempo.

Pero ella hoy tendrá que mojar sus ganas en el café.

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