Día 8: Erfoud – Merzouga

Día 8
Etapa: Erfoud – Merzouga
Km.: 51 en moto, en dromedario 2 hr.
Alojamiento: La Palmerie para las motos, Haima en el desierto para nosotros

POR LA MAÑANA…

Una de las cosas buenas que tiene el acampar ya de noche, es que cuando te levantas y sales de la tienda, lo que hay fuera, es desconocido; y es curioso descubrir dónde has dormido y aclarar lo que te imaginabas a lo que es realmente. Muy curioso, si. Lo malo, que basta que el lugar te guste, para que el plan sea que tienes que recoger y seguir sin disfrutar un poco más.

Mohamed y su amigo nos recomiendan, si pensamos dormir en Merzouga, un albergue de sus hermanos, donde reina el ambiente familiar. Nos da como referencia el nombre de sus hermanos, Alí, Omar, Hassan, y un buen amigo de éstos que vivió en Barcelona, Youseff. Nos habla de la experiencia de dormir en mitad del desierto, en un oasis, dónde hay que montar en dromedario para llegar hasta allí atravesando las dunas. Si, suena a típica excursión turística, pero si vas allí, por lo menos una vez, hay que hacerlo.

Dicho esto, pagamos la deuda de 80 dirham y dejamos allí a Mohamed y su amigo, disfrutando de su vida sin prisa.

Paramos a desayunar en Rissani. Preguntando por allí algún lugar donde poder desayunar algo, nos encontramos un chico por allí que nos acompaña a su pequeño negocio. Me recordaba a lo que en España debieron de ser las primeras churrerías, bueno, no se si serían las primeras pero si a las que había cuando era pequeña, pero en vez de churros, una especie de donuts. Fue muy hospitalario, y compartió el contenido de su tetera con nosotros. Y mientras desayunábamos, niños que salían del cole se toparon con dos extraños personajes vestidos con ropas raras y grandes motos llenas de polvo, comiéndose algo que ellos utilizan para acompañar algún tipo de guiso. Bueno, no fue así, pero lo mismo ellos pensaron esto, jajaja. Así que qué más da, que sigan mojándolos en el té, mientras que nos dan caramelos… (esto si que lo pensaron). Nos enseñaron sus libros y cuadernos, no entendíamos nada, pero estaban tan ilusionados, que hicimos hasta que leíamos. Marruecos está lleno de momentos como este, eso es lo que yo pensé.

Al fondo, la puerta a la ciudad santa de Rissani

Ahora ya si, ya no hay nada en medio del desierto y nosotros. Bueno si, una carretera preciosa que ofrece vistas como estas de soledad, donde el tiempo pasa a un segundo plano…

El desierto de Erg Chebbi posee 22 km de largo y 5 km de ancho. Sus dunas pueden alcanzar hasta 150 metros.

Las dunas de Erg Chebbi son formaciones arenosas situadas a escasos 25 kilómetros de la frontera argelina, concretamente en la región de Tafilalt y a 50km de la ciudad de Erfoud. La palabra ERG proviene del árabe y significa “duna” y caracteriza un tipo de dunas arenosas de características únicas en todo el Sahara.

Se dice que estas dunas desprenden un halo de energía especial que hace de esta zona un lugar ideal para recargar energías, reflexionar y purificar el espíritu. La tonalidad anaranjada de fuertes contrastes de su arena consigue transmitir una sensación única, la de estar en otro lugar más allá del planeta Tierra.

Sin duda, para adentrarte en ellas y descubrir todos los secretos del desierto y la cultura bereber, es mejor hacerlo acompañado de un experto guía nativo.

Si antes se te podía cruzar un burrito, ahora se te puede cruzar uno de éstos…

Si los palmerales se graban en las retinas, la primera visión de las dunas, no va a ser menos.

Para llegar a Merzouga, hay que dejar el asfalto y tomar una de las muchas pistas señalizadas que hay y que te llevarán directo a las dunas. No hay pérdida y no hay palabras. Lo mejor que se puede hacer, es abrir bien los ojos y disfrutar al máximo. Acercarte lo más que puedas a las dunas y comprobar que son reales, que no son un espejismo de esos típicos del desierto.

Aunque casi sabíamos que terminaríamos en el albergue recomendado por Mohamed, nos acercamos a conocer el famoso complejo que Alí el Cojo tiene por aquellas arenas. Muy bonito y con piscina. Por el precio pactado, te lleva a las dunas a dormir, te da de cenar, te da de desayunar, te deja una habitación para dejar tus cosas y asearte a la vuelta de las dunas… más o menos igual que en el albergue dónde nos quedaríamos, justo enfrente de la Gran Duna y camino de Taouz.

Nos recibe Youseff, que habla perfectamente español, además de francés, bereber y seguramente, si se empeña, catalán. Desde el primer momento, hay buen rollo. El albergue no es tan lujoso como el de Alí el Cojo, pero el trato nos gustó mucho. Aún están construyéndolo, ya que con las inundaciones de hace 3 años lo perdieron casi todo y tuvieron que empezar de nuevo. Entre este detalle, la hospitalidad de Youseff y que pactamos un buen precio por la excursión, nos ponemos cómodos y pedimos algo de comer.

Hemos pasado por niños que nos tiraban aceitunas y piedras en las montañas del Rif, niños nómadas del Átlas que nos invitaban a conocer sus “casas”, y ahora estas gentes del desierto cuya piel es más oscura y se muestran orgullosos de sus raíces.

Youseff no para de hablar. Sus relatos pueden llegar a ser algo profundos. Bereber del Medio Átlas, el cual puede que no tenga un gran acceso a la información como es Internet, pero tiene muchos temas para no aburrir al viajero.

Después de hablar sobre el Ramadán, el Islam y el mundo occidental con Youseff, decidimos sacar el jamón y el paté e invitarles. La última vez que lo comieron, fue de unos viajeros, españoles seguramente, que llevaban en su equipaje una pata enterita. No hay duda, españoles fijo. En contra de lo que creíamos de los musulmanes, algunos hacen su pequeña modificación del Islam y no todos lo entienden de la misma manera.

Y entre charla y charla, se aproxima el atardecer…

***

POR LA TARDE…

Son las cuatro y media y sigue haciendo calor. Ahí fuera nos esperan nuestros dromedarios, que nos llevarán a pasar la noche a un oasis perdido entre las dunas, dónde dormiremos entre haimas, historias bereberes y estrellas.

La subida y bajada del dromedario es especial, bueno, solo hay que sujetarse con fuerza y no asustarse, es divertido. El dromedario no entiende de delicadezas.

Emprendemos rumbo. Uno detrás de otro a los mandos de Santana, nuestro guia bereber. A estas horas, a punto de despedirse el día, el sol y las dunas son un complemento perfecto. Pocas veces, las sombras tendrán tanto protagonismo, así como las siluetas. Descubres que el asiento de la moto, es como el sofá de casa, sobre todo si te han colocado mal la «montura», pero no importa, estamos allí y mañana el asiento de la moto nos parecerá aún más cómodo.

De largas y delgadas patas, en el momento de descender de la duna, la sensación que te da es de que se le van a doblar las patas, se le va a torcer un tobillo, se va a hundir en la arena o algo así, que hará que pienses en cómo sería una caída. Pero solo es una sensación. Junto a Marc Coma, son los mejores en esto de andar por la arena.

La bolsita que lleva atada al cuello, es nuestra petaca con Jack Daniels. Pero el tapón se rompió y perdimos la mitad por el camino, bueno, mejor dicho, por el cuello y panza de nuestro amigo dromedario. Ahora no se si se balanceaba tanto por el tufillo que le llegaba…

Después de dos horas balanceándonos al ritmo de este singular animal, en su singular joroba, adaptado a la vida del cálido desierto, capaz de beber hasta 150 litros de agua en poco tiempo, subiendo y bajando las innumerables dunas y contemplando el atardecer, divisamos un pequeño oasis, con exuberantes palmeras. No has llegado aún y no has dejado de vivir experiencias, mejor dicho, sensaciones. El alejarte del poblado, el descubrir que en el desierto también hay vida, la puesta de sol…

Pero ahora si, ya hemos llegado. Ahí se encuentra nuestra haima, con una mesita iluminada por los destellos de una vela. Un paisaje que bien podría ser escenario de alguna película bíblica. Mientras esperábamos la cena, empezamos con un té.

Santana, en mitad de la nada, nos prepara como si hiciera magia, un buenísimo tajín. Omar, Youseff y otro Alí que estaba en el albergue de paso acompañando a un grupo de extranjeros (este grupito más adelante volverán a formar parte de mi crónica, ya veréis ya) y algunos amigos más, nos deleitaron con una agradable conversación, que en la noche del desierto, mientras tomábamos el poco Jack Dani que nos quedaba, cada momento se vuelve más mágico.

Alís, Youseff y Omar, hicieron el esfuerzo de llegar hasta el oasis para cenar con nosotros, andando más de tres horas(y no es fácil andar por las dunas) con unas botellas de vino marroquí, en plena oscuridad, guiados por su instinto… y también por la botella de vino que ya se habían bebido antes de salir del poblado. Impresionante. Claro que también motivados por la imagen de la petaca llena de bourbon que les dijimos que teníamos.

Pasamos el resto de la noche en la arena, contemplando la paz que se respira en este lugar, hasta el amanecer.

Acabamos todos alrededor de nuestra mesa, los antes mencionados, y los compañeros de viaje de Alí, un finlandés y dos suizos conversando de todo un poco. Bien podría contarse así, qué hacen un finlandés, dos suizos, unos marroquíes y unos españoles, alrededor de una mesa y con una botella llena de arena y una vela clavada??? Pues cada uno, como puede, entre un batiburrillo de idiomas, hacerse entender. Y la botella??? pues para vernos las caras, qué sino!

La temperatura baja al desaparecer el sol, por lo que un poco de abrigo no viene mal. Nuestra intención era dormir bajo el manto de estrellas, pero la elección de dormir dentro de la haima fue más acertada.

Y ya tapaditos, los grandes viajeros despertarán al amanecer.

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