Pues yo abdico en… ¡Mi padre!

Sí, en mi padre.
Porque mi padre vivió su infancia inmerso en una guerra civil que generaciones posteriores no podremos nunca llegar a imaginar. Porque si yo soy hijo de un maestro de escuela, mi padre lo fue de un Carabinero y, por tanto, durante cierto tiempo “deambuló” entre uno y otro destino. Porque mi padre sí vivió la dictadura en todo su “esplendor”; esa dictadura de la que, con suerte, podremos hacernos una ligera idea si tenemos la fortuna de que alguien nos la cuente. Porque mi padre sí vivió la transición casi con la edad que yo tengo ahora, lustro arriba o lustro abajo. Y porque mi padre, al contrario que yo, tiene dos o más dedos de frente y ha acumulado la experiencia necesaria para entender todo este desaguisado.

– . – . –

Abdicar está de moda. Poder está de moda. La izquierda está de moda. Y el deseo del poder jamás pasará de moda.

Al hablar de poder siempre viene a la cabeza la famosa frase de Lord Acton “Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely”, y que en español se ha traducido como “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Y al hablar de política, siempre recuerdo la frase de una canción de un viejo grupo madrileño: “En cuestión de política la izquierda enrolla más”.
Quizá sea esta la explicación más simple que se pueda encontrar a lo que está sucediendo actualmente.

La clase política sí parece estar pasada de moda. O a lo mejor lo que ha pasado de moda es cierta clase de políticos.
En cualquier caso, e independientemente de modas pasajeras o pasadas, menudo chocho de país nos están dejando. Y menuda papeleta, nunca mejor dicho, tenemos o, tal como pinta la cosa, tendremos próximamente en nuestras manos.

Ahora resulta que, aún estando como sigue estando el país, lo verdaderamente importante no es la sanidad; ni los desahucios; ni la educación; ni siquiera el desempleo. Lo realmente importante ahora es tener la posibilidad de decidir rey sí o rey no. Sinceramente…
Tan importante es que hay quienes quieren llamarnos a las urnas para consultarnos, a todos los ciudadan@s, si queremos o no queremos un Felipe VI.
Quizá yo esté sufriendo una involución o algo parecido, pero lo cierto es que mis entendederas no dan para tanto.

No me caben dudas de que hay cosas mucho más importantes, actualmente, que tal cosa. Tampoco quiero decir que no sea importante la cuestión, pero quizá no sea este el momento. Evidentemente sí lo es para aquellos que, aprovechando la coyuntura, abogan por la república como modelo de estado.

Llegado el caso, para inclinarse hacia un lado u otro y decidir en conciencia, alguien debería molestarse en contarnos qué supondría mantener la monarquía y qué supondría eliminarla, vamos, lo que en contabilidad se llama balance de situación; y no sólo en lo referente a lo económico sino cómo nos afectaría, a la generalidad de los ciudadan@s, el seguir como estamos o convertirnos en, eso que tanto está tan de moda últimamente, republican@s.

A mí me surgen algunas cuestiones. Si nos convertimos al republicanismo, ¿dejaremos de ser una democracia como la que conocemos ahora para convertirse en una más real o seguiremos teniendo la misma falsa democracia que hemos tenido hasta ahora, pero sin un rey puesto? ¿Es entonces “sólo” una cuestión económica?

Y hablando de aprovechar coyunturas…
El rey, con los resultados de las elecciones europeas en la mano ha visto los cuernos al toro y se ha dicho, abdiquemos ahora, no vaya a ser que tras la próximas generales no haya posibilidad. En mi opinión una maniobra inteligente y de mera supervivencia. Su Majestad tiene la obligación moral de perpetuar su especie.
PODEMOS, viendo el paso que ha dado el rey y tras los resultados conseguidos en las europeas, se ha dicho a sí mismo, esta es la nuestra. ¡Viva la República!
Una parte de la población, generalmente la más castigada por la crisis y viendo la que hay montada, se deja llevar al son de demagogias con la esperanza de una España nueva y mejor pero, eso sí, partida en trozos; o mejor dicho, partida en trozos más definidos.

Que la democracia que tenemos es, por ser un poco fino y políticamente correcto, bastante deficiente está más que claro, pero es la que hay; la que hemos heredado y por la que, al parecer, debemos dar gracias a nuestros antepasados por poder ir a echar una papeleta en una urna cada cuatro años. Sí, porque al fin y al cabo, a eso se reduce nuestra democracia.
Y no creo que sea cuestión de hacer una consulta a los ciudadan@s cada dos por tres, si es que con eso pretendemos que nuestra democracia sea más real.
Democracia, por cierto, que ni en los partidos políticos, ni siquiera en los de nueva formación, se ejerce de manera más rotunda internamente. Porque que un partido, sea del color que sea, obligue a sus diputados a votar sí o no, no parece ser muy democrático, sino más bien todo lo contrario. Por no hablar de las listas cerradas…

Y yo me pregunto, ¿no sería más importante, al menos en este momento, movilizarse por intentar cambiar este modelo de democracia o de hacer política, en vez de hacerlo por la posibilidad de tachar un sí o un no a un modelo de estado?
Miedo me da que empecemos por un referéndum por la monarquía, porque después vendrá otro por la independencia de Cataluña, otro por la del País Vasco, otro por el modelo de sanidad, otro por el modelo de cultura, otro por el de educación,… ¿Dónde ponemos el límite? Por no hablar de lo que se haría después de realizar la consulta en cuestión; no creo que haga falta recordar lo que ocurrió hace unas décadas con el referéndum de la entrada o no en la OTAN.

Pero volviendo al tema, recuerdo que desde bien pequeño me preguntaba a mí mismo para qué servía un rey; y siempre obtenía la misma respuesta…

Años más tarde “entendí”, por fin, la ingente labor del monarca tras acercar las manos de Lorenzo y Pedrosa, instaurando así la paz entre ambos pilotos.

Dicen que, además, ha realizado una labor inconmensurable durante la transición y que debemos estar agradecidos. Dicen, dicen, dicen.

Lo mismo que la crisis económica ha servido, o al menos debería servir, para cambiar nuestra filosofía de vida, la crisis política debería servir para cambiar, precisamente, la forma de hacer política.

En los años 50 el mundo de la moda sufrió la revolución del “prêt-à-porter”, llevando la moda y prendas similares a las de la alta costura a las masas, sin que esto supusiera realizar prendas de calidad inferior. Quizás menos exclusivas sí, pero no en detrimento de la calidad.
Quizá este sea el momento de hacer una política “prêt-à-porter”, una política que llegue a todo el mundo, entendida por toda la sociedad independientemente de su nivel social, cultural o económico.

Por favor, avísenme cuando llegue ese momento porque, a día de hoy, y como imagino que le pasa a Su Majestad, no me encuentro capacitado ni animado para intentar entender y ejercer, de una manera responsable, eso que llaman derecho al voto y que algunos han querido convertir en obligación.

– . – . –

Así que papá, abdico, lo dejo en tus manos; yo estoy perdido, “hartado” y cansado.

Texto: Javier Martínez

Esta entrada fue publicada en Entradas miscelánea. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a Pues yo abdico en… ¡Mi padre!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *